jueves, 9 de abril de 2009

¡Qué grande eres, Aristóteles!

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''Es una tarea muy difícil, en todo sentido, formarse una opinión sólida sobre la mente (psique, alma). . . . Parece como si todo lo que experimenta el alma sólo se produjera en asociación con un cuerpo. . . la alegría, así como el amor y el odio; en todos estos casos, algo también ocurre en el cuerpo. . . . Si este es el caso, entonces estas propiedades poseen algo de material, incluso en su propia esencia. . . . Y esta es, finalmente, la razón por la que el fisiólogo es el responsable de la investigación del alma.''

Creo que estas frases escritas hace más de 2300 años por Aristóteles (en De Anima) conservan plena validez en nuestros días. Después de más de veinte siglos, ¡qué digo veinte!: quizá desde los tiempos de los cromañones (e incluso de nuestros primos los neandertales) el hombre ha elaborado teorías y teorías acerca de su propia naturaleza; sobre la génesis de su entendimiento, del razonamiento, de sus sentimientos y de sus creencias. En definitiva, sobre el problema cuerpo-mente. En realidad, la discusión ha versado casi siempre en torno a la naturaleza del alma, pero puesto que esta palabra tiene una connotación religiosa que no tiene nada que ver con la ciencia, usemos la palabra mente, quizá un poco más aséptica: la religión y la ciencia no tienen por qué mezclarse (que se lo pregunten a Galileo; o a Descartes, que no se atrevió a publicar su libro De Homine cuando su amigo Mersenne http://es.wikipedia.org/wiki/Marin_Mersenne le informó por carta de lo que le había pasado a Galileo).

Hemos recorrido el camino que va desde el animismo al monismo, desde el dualismo pitagórico hasta el platónico, el aristotélico o el cartesiano. Con el empirismo y el positivismo llegamos a la psicología científica, enriquecida con las aportaciones de la frenología, la psicofísica y el evolucionismo y, después, el psicoanálisis (podéis ver un breve bosquejo histórico en http://www.redcientifica.com/doc/doc200304200010.html y una monografía más detallada de la evolución del problema desde Descartes a principios del siglo XX en http://platea.pntic.mec.es/~macruz/mente/descartes/indice.html).

Llegados a este punto, podemos preguntarnos. ¿Qué nos ofrece la neurobiología actual con respecto a este eterno problema?, y, más en línea con lo que vienen siendo mis últimos post, cómo se relacionan estos conocimientos con las enfermedades, en este caso con las enfermedades mentales.

Platón sosteniendo el “Timeo” y Aristóteles sosteniendo la “Ética a Nicómaco”. Detalle de la Escuela de Atenas, por Rafael. Museos Vaticanos.


En las monografías referidas (no hace falta leerlas) se documenta como a lo largo del siglo XIX se llegó a la conclusión de que el cerebro es el sustrato de la actividad mental e incluso se cartografiaron muchas zonas del mismo como encargadas de diferentes funciones cerebrales, especialmente las sensoriales y las motoras (por ejemplo, los trabajos de Paul Broca). Desde la perspectiva actual estos estudios eran todavía rudimentarios metodológica y conceptualmente, pero iban dirigidos en lo que creemos “la dirección correcta”. Su limitación más evidente derivaba de la ausencia de información acerca de la estructura fina del cerebro, estudios que sólo comenzaron a esta disponibles a finales del siglo XIX y principios del XX, en gran medida gracias al trabajo de Cajal (¡y que todavía continuamos!).

Aquí se produce una paradoja curiosa, ya que mientras que esos estudios anteriores podían considerarse paralelos a los que seguía la evolución de la medicina en general, la llegada de la psiquiatría psicoanalítica supuso para la psiquiatría el inicio de un camino divergente con la medicina. En efecto, a lo largo del siglo XX la medicina evolucionó hacia el desarrollo de la medicina molecular y pasó de lo que se podría calificar como el “arte de curar” de los siglos anteriores a una disciplina científica. Sin embargo, la psiquiatría recorrió el camino inverso, y se transformó de una disciplina médica en la práctica de un arte terapéutico. Además, la psiquiatría psicoanalítica no se detuvo en la explicación de las principales enfermedades mentales, como la esquizofrenia o la depresión, sino que fue más allá y trató de explicar desde sus postulados lo que ellos llamaron enfermedades psicosomáticas, como la úlcera, la hipertensión o el asma. De nuevo desde la perspectiva actual, esta aproximación padeció de un serio déficit: el olvido del estudio del órgano cerebro como sustrato de la actividad mental.

Sin embargo, a mediados de los 70 se había desarrollado ya una farmacología considerable para las enfermedades mentales (a veces por casualidad, con fármacos inicialmente desarrollados para otras enfermedades, como describiré en otro momento), y esto forzó a la psiquiatría a considerar a la neurociencia, al estudio del órgano cerebro, como algo de interés, aunque sólo fuera para explicar cómo funcionaban esos fármacos. Es así como la psiquiatría se reintegro en la corriente principal de la medicina académica. Se fueron disipando las agrias disputas entre psiquiatras y neurólogos (los primeros tachaban a los segundos de organicistas, reaccionarios o incultos, según se terciara). Como en el final de El Quijote, Don Quijote-psiquiatra se fue pareciendo a Sancho-neurólogo y viceversa. Durante los años 80, además, se había avanzado notablemente en el estudio de la biología del cerebro, en particular en el análisis de cómo los diferentes aspectos de las funciones mentales son realizados por las distintas partes del cerebro. Quizá he caricaturizado un poco y, de todas maneras, no todo fue negativo.

Como contrapartida la psiquiatría y la psicología cognitiva aportaron a las neurociencias una guía conceptual y unas herramientas metodológicas, incluyendo las terapéuticas (la psicoterapia), que hoy son esenciales en la comprensión de la biología del cerebro y también, por que no decirlo, en el tratamiento de los enfermos mentales: a estos enfermos no sólo hay que darles fármacos sino también hay que saber escucharlos.

Quizá para ilustrar el estado actual de lo que los neurobiólogos consideramos como el camino a seguir voy a introducir los puntos de vista de una persona que puede representar para mi lo que Casillas o Beckham significan para esos niños que juegan al fútbol en el patio del colegio. Me estoy refiriendo a Eric Kandel (http://es.wikipedia.org/wiki/Erik_R_Kandel), un modelo de aproximación a las neurociencias modernas, a la integración entre el conocimiento de los mecanismos básicos de funcionamiento del cerebro y su plasmación en funciones neurológicas complejas.

Y no sólo es un modelo para mí: en el año 2000 le fue concedido el premio Nobel de Medicina por sus estudios en torno a la formación de la memoria. Algunos de sus descubrimientos sobre este tema ya los trate en el post sobre la memoria (marzo 2008), en donde inserté este video que se refiere a sus experimentos: http://www.youtube.com/watch?v=-vOwOXysTDs

Ilustración de De Homine, de Descartes: Creía que la glándula pineal conectaba al alma con el cuerpo



Desde mis tiempos de posdoctoral, en el instituto Max-Planck de Psiquiatría de Munich, he tenido como obra de cabecera las sucesivas ediciones de su maravilloso texto titulado “Principles of Neural Science” (http://en.wikipedia.org/wiki/Principles_of_Neural_Science ). En 1998, Kandel también había escrito un brillante artículo en la revista americana de psiquiatría en el que sentaba las bases de lo que debería ser la integración de las neurociencias con la psiquiatría y la psicología. En esencia, Kandel afirma que toda actividad mental depende del funcionamiento del cerebro a través de una serie de circuitos que se forman durante nuestro desarrollo por la acción de los genes y, no menos importante, por las influencias recibidas del ambiente. Es decir, son circuitos esencialmente determinados por la genética pero plásticos y moldeables por las influencias sociales y ambientales (p. ej. por el aprendizaje). La enfermedad mental implica una alteración de esa “circuitería” atribuible a causas genéticas y/o ambientales. Dada la efectividad de la psicoterapia en el tratamiento de algunas de estas enfermedades, es probable que dichos métodos terapéuticos actúen a través de los mismos mecanismos que el aprendizaje, es decir, el estimulo ambiental (el terapeuta, o la medicación) disparan una alteración de la expresión génica que se va ver finalmente reflejada en una remodelación de los contactos entre neuronas. Los años pasados desde entonces y las evidencias experimentales acumuladas no han hecho otra cosa que reforzar sus puntos de vista.

Para no cansaros, comentaré estos puntos de vista en el próximo post. En definitiva, como anticipó Aristóteles hace algún tiempo parece que la mente tiene algo de material, incluso en su propia esencia (alguno pensará que para este viaje no hacían falta alforjas).

Un saludo