sábado, 14 de junio de 2008

CAPITULO I. Nuestro pasado está escrito en las piedras

Estimados amigos, en las próximas entregas de mi blog he decidido escribir sobre avances recientes en la comprensión de la evolución de los seres humanos. La verdad también lo escribo para que lo lean y les sirva de punto de partida a mis alumnos neófitos de segundo curso de Biología en la Universidad Autónoma de Madrid, intentando adaptarme al nuevo espíritu que queremos (y tenemos) que implantar en nuestra Universidad: menos apuntes y más trabajo personal del alumno. Espero que no se me vaya la mano en cuanto a complejidad y podáis sacar algo de provecho de esta información.

CAPITULO 1. Nuestro pasado está escrito en las piedras.

Nuestro compañero Iñaki Fernández Arriaga nos presenta en su blog la historia de la vida sobre la Tierra miniaturizada a un año hipotético, haciendo uso del calendario cósmico de Carl Sagan. Me voy a permitir pisarle, aunque solo sea un poco, las últimas horas del día 31 de diciembre de ese año hipotético ya que esas son las que corresponderían a la evolución de los seres humanos.

No es frecuente en biología que una determinada especie sea muy diferente a las que, junto con ella, forman un cierto grupo biológico. Lo normal es una continuidad de rasgos morfológicos entre las diversas especies de esa familia. Pensemos por ejemplo en los felinos en donde podemos apreciar una gradación de morfologías que van desde un gato hasta un león pasando, entre otros, por ocelotes, linces, pumas, leopardos o tigres.

Sin embargo, los seres humanos somos radicalmente diferentes, o al menos eso creemos, a nuestros parientes más próximos, que son, por este orden, los chimpancés, los gorilas y los orangutanes. La especie humana es el único mamífero bípedo, el único que habla (a veces sabiendo lo que dice), el único que diseña herramientas, que entierra a sus muertos o que tiene creencias religiosas (¡o no!).

El caminar sobre dos piernas no es especialmente extraordinario: hay mamíferos que vuelan y otros que nadan. No obstante, al liberarse las manos de la tarea de la locomoción estas pudieron dedicarse a otros menesteres lo que, a la postre, contribuyó el desarrollo de las funciones cerebrales. De hecho, todas las otras características que he mencionado como genuinamente humanas se deben al colosal desarrollo de un órgano, el cerebro.

Por tanto, para poder comprender la génesis de nuestra “humanidad” deberíamos entender cómo ha evolucionado el cerebro. Puesto que este proceso has ocurrido a lo largo de millones de años, nuestro conocimiento es más bien fraccionario, y está basado en gran medida en el registro fósil.

Desafortunadamente, los datos paleontológicos están a menudo sujetos a interpretaciones más o menos acertadas, en función de la disponibilidad y conservación de los ejemplares (o de los intereses de los descubridores; ¡aunque esto no es exclusivo de los paleontólogos!). Por tanto, no es de sorprender que las interpretaciones más generalmente aceptadas acerca de la ubicación de un determinado fósil en los árboles filogenéticos siempre tengan sus correspondientes detractores (los árboles filogenéticos relacionan a la especies en función de su parentesco evolutivo, igual que un árbol genealógico nos relaciona con nuestros parientes vivos o no).

Como no soy experto en este tipo de controversias, os describo brevemente la teoría quizá más ampliamente aceptada acerca de nuestro origen como especie, según se desprende del registro fósil, centrándome especialmente en el tamaño del cerebro (sobre la inteligencia ya es más difícil opinar puesto que no fosiliza).

Hace unos 6 ó 7 millones de años (Ma), en algún lugar de África, una serie de pequeños grupos de grandes monos abandonó la selva tropical en la que vivían y comenzaron su adaptación a un ecosistema con menos árboles, un bosque más abierto (o mejor dicho, la selva los abandonó a ellos por un cambio climático).

Esta especie fue el Ardipithecus ramidus, que todavía debía pasar bastante tiempo subido a los árboles. En este nuevo nicho ecológico comenzaron a hacerse bípedos (quizá para poder otear mejor el horizonte en busca de presas o depredadores, moverse más eficazmente entre los arbustos y andar largas distancias) y su cerebro empezó a crecer.

Los que se quedaron en la selva experimentaron menos cambios morfológicos y andando el tiempo dieron lugar a las dos especies de chimpancés que existen actualmente y cuyo cerebro, de unos 400 cc, es similar al de aquellos antepasados. Con el tiempo, los monos semi-bípedos de largos brazos de los bosques abiertos se convirtieron en una especie diferente, los Australopitecos (en realidad fueron varias las especies de australopitecos, pero no entraremos en detalles).
El cerebro de estos homínidos había crecido modestamente hasta los 500 cc y eran plenamente bípedos.

Hace unos 2,3 Ma ya se detecta una nueva especie con características más humanas, y por eso se denomina Homo habilis (el mismo género Homo que nosotros). El cerebro seguía creciendo y se aproximaba a los 650 cc y su hábitat era ya la sabana africana.

Le siguieron otras especies de Homo: el Homo erectus y el Homo ergaster, con cerebros que llegaban a los 850 ó 1.000 cc. El mantenimiento de estos cerebros tan grandes requería mucha energía (nuestro cerebro consume el 20 % de la energía aunque solo representa el 2% de nuestro peso) y por tanto se favoreció un cambio en la dieta que dejó de ser básicamente vegetariana y se empezó a complementar con carne y grasa.

Este cerebro ya les confería ciertas habilidades mentales. Así, el Homo habilis fue capaz de fabricar toscas herramientas (piedras cortantes) que utilizaban para desgarrar la carne (en general carroña) y que se llevaban consigo tras su utilización (signo de planificación del futuro). Los chimpancés, por ejemplo, usan los palos y piedras que encuentran en el momento en que los necesitan y después los abandonan. Su descendiente, el Homo ergaster, ya fabricaba herramientas más elaboradas y también cazaba siguiendo una estrategia de coordinación con otros individuos del clan, con los que se interaccionaban gracias al desarrollo de un sistema de comunicación eficiente: el lenguaje.

Hace unos 2 Ma los primeros homínidos empezaron a salir de África por el Sinaí o por la península Arábiga, y comenzaron la primera expansión por Asia y por Europa. Sin embargo, tarde o temprano todos ellos acabaron por extinguirse. Los que habían llegado a Europa, debido al aislamiento geográfico, acabaron evolucionando hacia una especie nueva, el Homo neanderthalensis o Neandertales. Pero finalmente ellos también se extinguieron hace unos 30.000 años, a pesar de contar probablemente con una inteligencia notable y un cerebro de hasta 1.500 cc, incluso mayor que el nuestro (que es de unos 1.300-1.400 cc).

Esa es la razón del salto morfológico entre el chimpancé y el hombre: todas las especies intermedias se han extinguido. Nuestra especie, el Homo sapiens, estaba evolucionando en paralelo al Neandertal en algún lugar de África oriental a partir del Homo ergaster o de algún derivado de este.

Como explicaré con más detalle en un próximo capítulo todos los seres humanos existentes hoy parecemos derivar de un pequeño grupo de esta rama africana que vivió hace 160.000-200.000 años y que también estuvo a punto de extinguirse hace unos 75.000 años.

CONTINUARÁ.


Francisco Zafra Gómez

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